Era una tarde de mayo y tras salir de una intensa jornada laboral,
decidì caminar un poco para despejar la mente, sin embargo me topè con
dos situaciones que suelo recordar cuando paso por esos lugares, en
donde presenciè lo que plasmarè a continuaciòn.
El primer hecho me
cautivò y me sacudiò en lo profundo, porque vì a un chino arrodillado
en el frente de su negocio mientras acariciaba a un perro callejero muy
delgado, se le podian ver las costillas a travès de su piel marròn y
casi al inicio de la cola un enorme hueco.
“Quèdate tranquilo
perrito, me costò sacarte de ese hueco donde caiste, pero yo te voy a
curar”, decìa el hombre, mientras el sabuezo doblaba la espalda del
dolor.
Asì proseguì mi ruta y a casi 200 metros del episodio del
asiàtico con su nueva mascota herida, alcancè ver dos autos que iban
casi a la par muy lentamente y escuchè como un chillido. Me detuve,
observè que varias personas tambièn.Cuando terminan de pasar los carros,
un perro callejero blanco, aullaba del dolor tras ser arrollado, y una
de sus patitas delanteras… colgaba. Corriò ante la mirada de todos y
alcancè ver que su figura se perdìa al final de una calle.
“Chamo esa gente si es rata, en vez de parar se llevaron a ese pobre perro por delante”, comentò un muchacho a su compañero.
Ante
esto, me preguntaba ¿y aquì no hay nadie, autoridad que aplique sanciòn
a personas que cometen ese acto tan atròz, cruel, como lo es llevarse
por delante a un perro que solo cruzaba la avenida?.
Han pasado
dìas y meses de esas dos historias. Todavìa paso al frente de la tienda y
el hombre asiàtico acaricia a su mascota rescatada, que ya por cierto
està muy bien, ha ganado peso y mueve la cola celebrando a su dueño.
Aun,
paso ante la esquina en donde dos autos en complicidad arrollaron a un
perro, que corriò aterrado y adolorido. Todavìa me estremezco y lamento
tal maltrato.
Marisol Pozzolini
CNP 23.350
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