Periodista egresada de la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica).

viernes, 10 de enero de 2014

Tragedia en el Miss Venezuela....Maye Brandt

Valencia,enero 10 (Marisol Pozzolini).- Sus pasos firmes y con gracia femenina, las hacen ver como diosas de la belleza.Sin embargo no todo lo que brilla es oro, así que el don de ser hermosas no las inmunizas de situaciones dolorosas y trágicas. Recorriendo varios site en la Internet, me dedique a investigar las muertes más lamentables en la historia del Miss Venezuela, una de ella fue la de Maye Brandt.El reportaje que a continuación leerán en este blogs, fue publicado en la pagina www.panorama.ve el pasado martes 11 de septiembre de 2012. Hasta ahora se presume que la Miss terminó quitandose la vida, tras una depresión por celos.Ella fue esposa de Jean Carlos Simancas.



                                           Maye Brandt la historia trágica de una Miss Venezuela
Por primera vez en la televisión venezolana, la noche del jueves 8 de mayo de 1980, el país se paralizó para presenciar la elección de miss Venezuela, realizada desde las instalaciones del hotel Macuto Sheraton. Las expectativas iban en aumento porque el certamen suponía la elección de la sucesora de Maritza Sayalero, miss Venezuela 1979, y quien, en las costas de Australia, se había convertido en la primera venezolana en coronarse miss Universo.
Asimismo, debido a que los venezolanos habían reemplazado sus televisores a blanco y negro por otros a colores, Venevisión deseaba botar la casa por la ventana con un programa fastuoso, razón por la que fue contratado el productor Joaquín Riviera, capaz de crear un espectáculo que hiciera bailar a todos los televidentes.
Aunque la favorita para alzarse con la corona era la exuberante rubia del estado Miranda, Hilda Abrahamz, hoy convertida en primera actriz de telenovelas, desfile tras desfile, daba la guerra a muerte la representante del estado Lara, Maye Brandt, una chica de 19 años, cuyas medidas eran casi perfectas: mostraba 90 centímetros de busto, 59 centímetros de cintura y 90 centímetros de cadera.
Mientras modelaba un fabuloso traje amarillo, cuya falda se abría como una flor al dar una última vuelta antes de terminar el desfile, Carmen Victoria Pérez la describiría como “la morena de los ojos verdes y figura de tamunangue (un popular baile larense). Para quien la juventud debe vivirse con informalidad y la elegancia, con el mejor alarde de buen gusto”. Una morena de 1,75 centímetros de estatura, que se metió al público en el bolsillo desenvolviéndose con espontaneidad durante la ronda de preguntas con Gilberto Correa. “¿Te consideras una mujer bella?”, le preguntó el animador. “No solo bella, sino inteligente. Aunque con todos los defectos de cualquier ser humano”, contestó segura de sí misma. “Además, me estás viendo. ¿Qué crees tú?”, remató con picardía.
Robándose los aplausos del público, ganándose los votos del jurado y la aprobación de Osmel Sousa, presidente del certamen, Maritza Sayalero terminó coronando a Maye Brandt como la mujer más hermosa del país, a quien esperaría entregarle también su cetro en la próxima gala del Miss Universo a realizarse en Seúl, donde Brandt, no obstante, pasó sin pena ni gloria, así como Hilda Abrahamz en el miss Mundo. Coronada por una miss Universo, Maye Brandt impuso al año siguiente la corona de miss Venezuela a su amiga Irene Sáez Conde, quien tendría la fortuna de convertirse también en reina universal.
En ese entonces, vivía los momentos más felices de su vida. El pueblo venezolano la consideraba una de las mujeres más bella de su historia. Hasta la Policía Metropolitana de Caracas tuvo el agrado de homenajearla, nombrándola agente femenino honoraria, regalándole un uniforme y un arma de reglamento, una pequeña pistola calibre 3.65, cargada con todas sus municiones.
Habiendo crecido en un hogar fracturado, sentía con agrado el calor de las muestras de afectos por ser la primera reina de la televisión a color: su verdadero nombre era María Xavier Brandt Angulo, nacida en el Hospital Clínico de Caracas, el 28 de abril de 1961; provenía de una familia vinculada con las artes plásticas, de padres divorciados y poco afectuosos, y, desde niña, soñó con convertirse en modelo, una carrera confeccionada a la medida de su figura, un sueño hecho realidad por esfuerzo propio.
Incluso, ahora estaba también en brazos del gran amor de su vida porque era la novia de Jean Carlos Simancas, el joven galán de las telenovelas que hacía suspirar a las venezolanas, durante los años dorados de las producciones dramáticas de Rctv, canal ahora sin señal abierta.
Simancas, nacido en Maracaibo el 17 de julio de 1949 y bautizado como Rafael Ignacio Briceño Simancas, había partido a Caracas, después de formarse en el teatro universitario, y, debido a que el actor Rafael Briceño ya se consagraba como uno de los grandes de las tablas nacionales, decidió adoptar el nombre con que ha hecho carrera por más de cuatro décadas. Su poderoso atractivo personal resaltaba en blanco y negro o a colores, abriéndole las puertas de la televisión en dramáticos que hicieron historia como La hija de Juana Crespo y Sangre azul.
Prácticamente, a la farándula venezolana le estalló una bomba en la cara cuando, a finales de 1981, se hizo público que la atractiva exmiss Venezuela, estrella de Venevisión, y el joven galán de los exitosos dramáticos producidos por Rctv, abriéndose camino entre la rivalidad de ambos canales, se habían casado en una boda íntima, estrictamente privada, residenciándose luego en el apartamento número 5, del primer piso del conjunto residencial Los Alpes, ubicado en la carretera vieja de Baruta, donde vivían un infierno en vez de respirar el aire puro del paraíso.
En el apartamento de aquellas famosas estrellas de la televisión venezolana, a cualquier hora de la noche, los vecinos oían gritos acalorados, el golpe de objetos de porcelana estrellándose contra las paredes, además de estremecedores portazos seguidos de silencios. Se desataban las furias porque constantemente la prensa ventilaba los supuestos romances de Simancas con actrices de reparto, cuando no insinuaba sospechosas salidas con actores, en ocasiones en que decía a su esposa que estaba grabando en el canal.
Durante ese año de matrimonio, Maye Brandt se mostraba cada vez más triste. En los últimos días de vida llegó a pesar 41 kilogramos, habiéndole prohibido su esposo tanto maquillarse como aceptar otro contrato como modelo, interrumpiendo su carrera en ascenso. Además, deseaba un hijo, y, como no salía en estado, se preguntaba con frustración si era estéril.
Y, para colmo de males, sentada ante el televisor en horario estelar, como toda Venezuela, Maye Brandt no veía con buenos ojos que Jean Carlos Simancas muriera todas las noches por el amor de María Conchita Alonso, una diva en sus años juveniles sufriendo también a lágrima viva en cada escena del dramático Luz Marina, una telenovela que, como los meses posteriores demostraron, se alimentaba de los conflictos más personales de sus protagonistas. María Conchita Alonso, una de las primeras misses que incursionó con éxito en la televisión, ya había estado empatada con Jean Carlos Simancas, y los sentimientos de la pareja parecían renacer en cada capítulo escrito por Fausto Verdial; además, la actriz encarnaba a la candidata más carismática del certamen Señorita Belleza, teniendo como antagonista a la modelo Hilda Abrahamz.
Maye se sentía aludida y burlada por la historia y todo resultó imperdonable, cuando María Conchita Alonso tuvo el pulso de confesar por escrito, desde Los Ángeles, que había dejado a Jean Carlos Simancas para continuar su carrera en Hollywood y que el actor, a pesar de quererla aún, en un arrebato de despecho, no tuvo más consuelo para el imposible olvido que casarse con la exmiss Venezuela, declaraciones que estallaron en el país como una bomba atómica.
Exiliada a Venezuela tras la revolución castrista, Alonso representó al país en el Miss Mundo del año 1975, adoptando luego el nombre de Ámbar para sus primeras producciones discográficas, y, debido al éxito de las telenovelas venezolanas en el mundo entero, se arriesgó a tocar las puertas de la meca del cine. Solo regresó a Venezuela después de la muerte de Maye Brandt, solicitando la custodia permanente de la Disip, no fuese a suceder que algún maniático la agrediera por considerarla responsable de la lamentable decisión de la admirada reina nacional. “Yo sí sentía una fuerte atracción por Jean Carlos, pero nunca me metí en su matrimonio”, aclaró demasiado tarde el sentido de sus primeras palabras; al menos, se atrevió a hablar de unas circunstancias que el popular chalanero de la telenovela Kaína ha enterrado en el silencio desde entonces.
Maye había buscado ayuda en Irene Sáez, a quien no pudo localizar durante esos días, mientras Simancas rodaba la telenovela Barbarita, una historia de Rctv, cuya producción se detuvo después de la trágica muerte de la exmiss Venezuela, sumiendo al actor en las sombras hasta que, cuatro años más tarde, al estelarizar la producción de Venezolana de Televisión, titulada Viernes negro, se enamoró de su compañera de elenco, la jovial Mimí Lazo, y rehizo su vida.
El drama llegó a su fin el domingo 2 de octubre de 1982. Entre las cuatro paredes de su pequeño apartamento, Jean Carlos y Maye discutieron toda la mañana, en presencia de la actriz María Elena Molina. Ambos gritaron y lloraron. Estaban desesperados y furiosos. Tenían el corazón destrozado.
Tal vez se amaron alguna vez y ahora tal vez se odiaban. La prensa buscaba por doquier cualquier trapo sucio que hubiesen tirado por allí, caminando ellos mismos por un sendero que los salpicaba de lodo, y ahora se sentían en un callejón sin salida por esa falta de privacidad, devorados lentamente por las fauces de la fama, demasiado jóvenes para enfrentar semejante desafío y aún solos en el camino hacia sus sueños.
Bañada en lágrimas, Maye Brandt se encerró en su habitación, pasada la una de la tarde; estuvo sola allí, escribiendo una nota cuyo contenido nunca se ha revelado, y luego buscó en una gaveta la pistola que una vez recibiera como agente policial honoraria, y, como si ahora su vida fuese coronada por una desdichada tragedia, se mató de un disparo en la cabeza.





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