Padre nuestro que estás en el cielo de la acera del frente, entre el camión que pasa y las manos que sudan.
Escucha la plegaria de un corazón absorbido por el torrencial cumulo de miserias encontradas en cada eslabón del insurgente.
Padre nuestro que estás en el cielo del asfalto manchado de sangre, de palabras muertas que resucitan en una marcha silenciosa de banderas sin colores ni opiniones.
Santificado sea tu nombre, en mi madre, en mi hermano, en mi pedazo de pastel, en mis recuerdos y olvidos.
Venga tu reino de libertad incondicional, ausente de chantajes, presiones compradas por los cheques curtidos de un impostor.
Hágase tu voluntad, en los pasos, en los zapatos, en los libros, en la mirada, en la sonrisa, en el sentir.
Perdona tú, porque no sabemos perdonar ni hacemos el esfuerzo de pasar páginas, pero en esos momentos danos tu cáliz.
Danos el Pan, aunque cueste conseguirlo con honradez.
Libranos del mal, del pecado, de lo que esclaviza y nos tapa los labios y sella las expresiones.
Marisol Pozzolini
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